Homilía de S.E.R. Monseñor Andrés Carrascosa Coso,
Nuncio Apostólico en Panamá,
en la Misa celebrada con ocasión de la Inauguración
del XXIII Congreso Interamericano de Educación Católica
(Iglesia Ntra. Sra. del Carmen, Panamá, 15 de enero de 2013)

Queridos hermanos en el Sacerdocio,
Queridas Religiosas,
Queridos hermanos y hermanas, todos, en el Señor:
Quisiera dar la bienvenida a todos los que vienen de estos otros 24 países; con los panameños ya nos conocemos y ya hemos, incluso, trabajado en el Pre-congreso.
La verdad es que esta invitación fue una de esas invitaciones que a uno le agradan, porque eso de la enseñanza…les diré que vengo de una familia, donde mi mamá era docente, tengo cuatro hermanas docentes, y esto se ha vivido desde muy pequeños en la casa. Y luego, pues, mis hermanas han trabajado en colegios católicos y en colegios públicos, con lo cual ha sido un tema de mucha conversación y de mucho seguimiento en mi vida. Y la verdad es que serían muchas cosas las que quisiera decirles.
En todas las instancias, los Obispos de América Latina, el Papa, por su parte, nos dicen que estamos en una gran “emergencia educativa” y no hace falta ser un lince para darse cuenta. Y la enseñanza católica está en un momento de una “particular emergencia educativa”, y ante esta situación lo más necesario es redescubrir de manera positiva, con un poco de inventiva - yo diría-, la propia identidad.
Escuela católica, enseñanza católica. Con todo el respeto a todo el mundo, recordemos que no se crean escuelas católicas –por parte de religiosos, ustedes los religiosos o religiosas piensen en sus fundadores: ¿Por qué crean escuelas?-. Uno no consagra su vida a la educación de por vida, o no se hacen estos esfuerzos por parte de diócesis o de parroquias, o por parte de padres de familia, si no es para evangelizar, para transmitir un estilo de vida que viene de Jesucristo, que viene de su Evangelio, y ahí tenemos que estar muy atentos. Esto no se crea solo para un genérico “transmitir valores”. No, no, no. Se trata de hacer que ese niño, ese joven – repito, respetando, por supuesto, siempre la libertad de cada alumno, se encuentre – en expresión de papa Benedicto XVI-, no con una idea, no con una moral, no con una teoría, sino con una Persona: con Jesucristo, el único que da sentido a una vida. De aquí nacen valores, por supuesto que nacen valores, pero no se crean escuelas católicas para transmitir valores, sino para ayudar a las personas a encontrarse con Jesucristo.
Por lo cual no podemos proponer una educación católica, como a veces ha sido la tentación, de cualquier manera. Yo me he movido en muchos continentes. Desde el año 78 no vivo en mi tierra, estoy dándole vueltas al mundo cada tres, cuatro años, continentes distintos por lo cual uno… como que ha tomado el pulso a muchas situaciones y a veces uno tiene la sensación de unas escuelas católicas un poquito “al agua de rosas”, como para hacerlas más aceptables, como diciendo: “bueno, pues tampoco vamos a afirmar mucho, no sea que no vengan”. Los padres nos confían a sus hijos porque cuentan con la identidad católica de nuestros centros. Y yo les digo como obispo hoy: lo que más me duele es encontrarme padres que, a veces, me dicen: yo llevo a mi hijo a una
escuela católica y de católico no tiene nada. Eso nos está pasando, ustedes lo oyen como yo. Eso es un desafío. Porque, ¿qué pasa? Que, a veces, ciertamente una escuela católica tiene que partir de tener una excelencia educativa, si no estamos tocando el violón. Hay que tener una calidad, por supuesto que sí. Pero nuestra meta no es tener tanto éxito, hasta económico, que se nos salga. ¡No!. Los panameños están acostumbrados a escuchármelo, pero déjenmelo decir una vez más. Yo no he encontrado en el Evangelio que nuestro Señor nos mande a tener éxito. ¿Ustedes han oído: “vayan y tengan éxito”? No. “Vayan y den fruto”. ¿Y cuál es la diferencia? Que el éxito me lo como yo y el fruto se lo comen
los demás. Y quizás tendríamos que evaluar más mirando los frutos. Mirando si nuestras escuelas, nuestros centros católicos ayudan a esos jóvenes a vivir su vida cristiana, si ayudan a esos jóvenes a comprometerse como cristianos hasta en la actividad política, si ayudan a esos jóvenes a que se planteen también la vocación. ¿Cuántos de ustedes religiosos, religiosas, no estudiaron en colegios católicos y allí vieron un modelo y dijeron yo quiero ser así?. Y hoy eso no está pasando tanto. Algo debemos estar haciendo mal. Yo creo que tenemos que ser muy sinceros y plantearnos las cosas de una manera muy realista, muy poco triunfalista, muy verdadera.
 Bien, hoy me hubiera encantado comentarles las lecturas, yo soy biblista, me hubiera encantado seguir por aquí, pero no lo voy a hacer. Ya dije bastantes cosas en el Pre-congreso. Me van a permitir que hoy les haga una homilía un poco distinta pensando en esto; son reflexiones de una vida.
Un docente católico, un centro católico tiene que escuchar el Evangelio y en el Evangelio ¿qué es lo que Jesús dice?: “Uno solo es vuestro Maestro, uno, y todos ustedes son hermanos” (cf. Mt. 23,8). Para Jesús no existe otro maestro sino Él, y con eso no niega ninguna autoridad, nos enseña que toda autoridad, todo magisterio, tiene que ser interpretado como servicio y no como dominio.
Si Jesús es el único Maestro, yo creo que es un deber de todo educador cristiano, de todo centro cristiano, católico, mirarle a Él para aprender cómo educar. Porque la clave está en tener educadores que viven su trabajo no solo como una fuente de salario, sino como la capacidad de transmitir una fe, de transmitir una vida. Vamos a mirarle a Él para tener el ejemplo de cómo tenemos que hacer para educar.
¿Qué clase de maestro es Jesús? Si me permiten, vamos a recorrer rápidamente algunos trazos que uno va leyendo, que vas aprendiendo mientras lees el Evangelio, mientras lo vas madurando en los años, porque te vas dando cuenta que hay una serie de características que en el fondo son principios pedagógicos.
Jesús es el primero que da ejemplo, que encarna la doctrina que propone. Él no impone cargas a los demás que Él no sea el primero en llevarlas. Y nos advierte "¡Ay de ustedes que cargan a los hombres con pesos insoportables y esos pesos ustedes no los tocan ni siquiera con un dedo!" (Lucas 11,46). Es decir, Jesús pone en práctica Él, el primero, aquello que pide a los demás. Nada peor que un educador que enseña, que le pide algo a un niño y él no lo hace. El niño no aprende por lo que usted le diga, el niño aprende de cómo usted se comporta.
Mirando a Jesús, podemos ver que el primer modo de educar, no es el imponerse la tarea de instruir o de corregir, sino lo primero, lo primero es vivir con totalidad la propia vida de cristianos como discípulos de Jesús. Es decir, los docentes tienen que poner en práctica, en primer lugar, aquello que piden a los niños. ¿Piden sinceridad, usted pide compromiso, usted pide lealtad, usted pide obediencia, usted pide que vivan la caridad unos con otros, con los compañeros, usted pide castidad, usted pide paciencia, usted pide perdón? Bueno, pues que los niños puedan ver en usted esas virtudes. Que las puedan ver. Deben poder encontrar en el docente esos modelos indiscutibles que pueden servir de puntos de referencia en la vida.
Por otra parte, Jesús es alguien que da confianza a quien quiere educar. ¿Recuerdan ustedes el episodio de la adúltera? "Vete y de ahora en adelante no peques más" (Juan 8, 11). Jesús crea las posibilidades para que esa persona comience una vida diferente, una vida moralmente correcta. Y las palabras de los educadores tienen que tender siempre a alentar. Tienen que estar llenas de confianza, de esperanza, deben ser positivas. Deben manifestar esa confianza que permita al joven, al niño, incluso recuperarse si ha cometido algún error. Esa es la manera de hacer del único Maestro.
Otra: Jesús da libertad y da la responsabilidad de tomar la elección que quiera. La decisión la tiene que tomar la persona, Jesús no la impone. Es capaz de provocar, incluso, retos difíciles como al joven rico “Si quieres”..., “Si quieres ser perfecto…” (cf. Mt. 19,21 ) Jesús no impone, Jesús propone. Es decir, no está en el imponer nuestras ideas, sino en ofrecerlas por amor, y con amor, y como expresión que el niño tiene que entender que se lo estamos diciendo porque lo queremos. No porque le queremos imponer algo. Para eso uno tiene que entender que los niños que están en un aula no te pertenecen. No pertenecen ni siquiera a los padres; son hijos de Dios. Y entonces no los podemos tratar como si fueran propiedad nuestra, ¡no! Son personas que han sido confiadas por Dios a nuestro cuidado. Y si uno los mira de esa manera, los ve diferentes, ¿no es verdad?
Otra cosa: Jesús no duda en corregir, incluso con fuerza. ¿Recuerdan a Pedro, que lo quería desviar de su camino? Jesús le dice: "¡Apártate de mí, Satanás! Porque piensas como los hombres y no como Dios" (Mt. 16, 23). Es decir, también la corrección forma parte de la educación, de la pedagogía. El libro de los Proverbios -y no olvidemos que es palabra de Dios- dice: "El que ama a su hijo está listo para corregirlo". (13,24).
Una experiencia de vida. Dios, que formaba Él mismo al pueblo de Israel, como un padre, como un maestro, hacía consistir su educación en la enseñanza, pero también en la corrección cuando era necesaria.
¡Ay de nosotros si no corregimos! ¡Ay de ustedes si no corrigen! Seríamos responsables de una enorme omisión. Impresiona siempre leer la palabra de Dios en Ezequiel: "(Si) tú no hablas para que el malvado cambie de conducta, él (...) morirá por su maldad, pero de su sangre te pediré cuentas a ti." (Ez 33,8). Es decir, es deber del docente, del educador, la corrección. Que una llamada de atención hecha con paz, hecha con calma, hecha con cariño, hecha con una actitud desinteresada, acaba teniendo más peso en la responsabilidad de los niños, y eso se lo recordarán siempre. Por supuesto, no hay que ser violento, pero hay que corregir, explicar por qué corregimos. Jesús hacía así.
Otra cosa. ¿Ustedes recuerdan la parábola del Hijo Pródigo? Jesús nos enseña cómo es la misericordia del Padre y, por lo tanto, la suya, hacia aquellos que regresan al bien, hacia aquellos que se arrepienten. Y los educadores tienen que tratar a los alumnos como Dios nos trata a nosotros. La misericordia del educador, debe ser capaz de llegar hasta olvidar, hasta a aquel amor que "todo lo cubre" (l Cor. 13,7) dice la primera Carta a los Corintios. El amor que todo lo cubre, que es típico del amor de Dios. Entonces, atentos, porque cuando intervenimos muchas veces, recordando un pasado negativo: “es que lo hiciste mal, es que siempre lo haces mal...”, todo eso hunde al niño, eso le hace daño. Eso no va en la línea de Jesús. No es que no haya que tenerlo en cuenta, como educadores, pero hay que ser también capaz de dar esa posibilidad de volver a empezar, de redimirse. Y si lo hacemos así, sí estamos ahí, pesando sobre el niño, sobre su pasado, eso al final acaba no dando fruto; eso al final acaba siendo rechazado, no es aceptado porque los niños no son tontos. Los niños son niños, pero no son tontos. Digo siempre que saben latín y parte de griego, y cada día nacen sabiendo más.
¿Dónde enseña Jesús? Vean el Evangelio. ¿Dónde enseña Jesús? En las sinagogas, en las montañas, en las calles, en Galilea, en Judea, en el templo de Jerusalén, en todas partes. Es decir, cualquier lugar, cualquier contacto es útil para la enseñanza de un verdadero educador, para que un educador saque algo que pueda ser útil para la persona a quien está educando.
Otra cosa. La manera como Jesús se expresa. Por una parte es fruto de su tiempo; se expresa como la gente de su tiempo. Pero, si se dan cuenta, tiene un lenguaje que ya, incluso, para esos tiempos, tiene mucha novedad. Es un lenguaje vivo, es imaginativo, es concreto, es breve, es preciso. Miren, a veces, los educadores –y nos pasa a los obispos también– tenemos que evitar la palabrería. No por mucho hablar llegamos más lejos, y a menudo tendríamos que saber condensar las cosas en una sola frase, en una palabra. Cuando echamos largos "sermones"… malo; eso cada vez las jóvenes generaciones lo aceptan menos. Son suficientes pocas palabras, pero claras y dichas con un amor verdadero, puro, desinteresado, y usted llega mucho más lejos.
Otra característica –que ponen de relieve mucho los pedagogos y que han llegado incluso a formar teoría sobre esta manera de educar de Jesús– es que Jesús utiliza el diálogo. Jesús plantea preguntas para ayudar a pensar. Usa proverbios, discute con los escribas y los fariseos. Entre educadores y alumnos, ese diálogo tiene que estar siempre vivo, no puede interrumpirse. Tiene que estar siempre abierto, tiene que ser sereno, tiene que ser constructivo. Hay que llegar ahí. Hacer que nuestros formandos, nuestros educandos entren en ese diálogo. No matar el diálogo imponiendo tus soluciones. Es verdad que a veces se viven tragedias, también en el mundo de la educación, en toda educación: la del docente, en las casas de papás y mamás, en los sacerdotes.
A menudo sucede que alguno de los muchachos, incluso, después de haber conocido el testimonio de los educadores, de los papás, de los sacerdotes, se aleja. Se alejan incluso de la fe. Incluso con éstos no podemos nunca romper la relación, sea cual sea el camino que recorran, y eso a veces es dramático. A veces son ideologías alejadas de Dios, otras veces es el camino de las drogas, otras veces son experiencias que están radicalmente en desacuerdo con las enseñanzas morales que se dan y se reciben en el aula o en la familia. No podemos romper. Jesús nos enseña a estar siempre cerca por si alguien quiere volver. Para que cuando quiera volver te encuentre cerca, te encuentre abierto, te encuentre disponible.
Otra cosa. (Si se cansan me lo dicen y cortamos, pero yo creo que faltan todavía unas cuantas, unas poquitas, porque estoy diciendo que no hay que hacer palabrerías y al final el que va a hacer un sermón largo voy a ser yo). A Jesús, cuando educa a las personas, no le da miedo darle la vuelta entera a la escala de valores de toda una sociedad. ¿Ustedes se acuerdan cuando Jesús propone la felicidad? ¿Cómo la propone? ¿Dónde está la felicidad, según Jesucristo? ¿Quiénes son dichosos? ¿Quiénes son bienaventurados para Él? (cf. Mt 5,2 ss.) Ciertamente no los que nosotros pondríamos como dichosos y bienaventurados. Los pobres de espíritu, los que lloran, los que luchan por la justicia, los que tienen un corazón puro, etc. Piensen un momento en nuestro mundo. ¡Que va!
Nuestro Señor no sabe en qué mundo vive, se tiene que adaptar a la realidad, el mundo es distinto. ¿Quién sabe cómo está este mundo, Él o nosotros? ¿Mira que si el que sabe es Él? Es decir, a Jesús no le da miedo darle la vuelta a la escala de valores. Presenta un camino que puede ser difícil de recorrer, que puede ir contracorriente de todo lo que el mundo ofrece, y también nosotros, educadores, tenemos que tener el valor de decir lo que realmente vale. Lo que realmente vale y no lo que impone la moda del momento, o lo que es políticamente correcto. Eso es muy típico de los políticos, ¿no? Que si tienen que decir A, dicen A; si toca decir B, dicen B. Los educadores no podemos permitirnos ese juego. Y a los educadores que más admiramos -miren para atrás- los educadores que más admiramos son los que nos dijeron la verdad, aunque doliera.
No podemos hacernos ilusiones al presentar un tipo de vida cómodo, un cristianismo fácil, casi lánguido, un Cristo facilito, para que se acepten mejor nuestras propuestas, ¡no! Porque Dios se deja sentir en el corazón de esos muchachos y de esas muchachas. Y ellos sólo reaccionan positivamente a la verdad, cuando se les presenta en un lenguaje que sea accesible a ellos y aceptable por ellos. Porque es expresado por los maestros que, antes de enseñar, han hecho un esfuerzo por comprender eso profundamente y por vivirlo, esas exigencias verdaderas. Y eso, las nuevas generaciones que vienen llamando con fuerza a la puerta lo van a apreciar.
El Evangelio nos dice que Jesús hablaba "como uno que tiene autoridad" (cf. Mateo 7, 29), lo cual es muy distinto de un docente autoritario. A veces los autoritarios son los que menos autoridad moral tienen sobre los alumnos. “Como uno que tiene autoridad”. Es decir, los educadores no deben dejar nunca de estar a la altura de su misión de educadores porque los niños, los muchachos, en el fondo, exigen esto. Y juzgan de una manera dura, sin piedad, si descubren que hemos dejado de decirles la verdad, por dura que sea.
Yo pienso siempre: ¿Por qué los jóvenes andaban corriendo detrás de Juan Pablo II? Yo trabajé siete años al lado de él y, cierto, no era uno cómodo cuando les proponía cosas a los jóvenes. Y a Benedicto XVI le pasa tres cuartos de lo mismo. Pero como trates de acomodar las cosas y hacerlas facilitas, al final los jóvenes dicen: “esto no vale”.
Bien, vamos a ir terminando. Jesús educa entregando a los suyos lo que es su enseñanza típica, lo que Él llama “su mandamiento”: "Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado" (Juan 15, 12).Y Jesús, para hacer entender lo que significa ese "como yo los he amado", se presenta como el "maestro" de ese amor. Y ésta tiene que ser la enseñanza por excelencia que un educador debe dar a sus alumnos; porque esto es la síntesis del Evangelio. Es el corazón del Evangelio, lo que Jesús llama “mi mandamiento. “En esto conocerán los demás que ustedes son míos”. Y los educadores tienen que imitar a Jesús de una manera tan perfecta en el poner en práctica “su mandamiento nuevo”, que puedan repetirles a los alumnos también ese mandamiento como propio: “Hijos míos, ámense como yo les amo”; como nosotros educadores nos amamos.
Bien, si uno solo es el Maestro, se trata de imitarlo. De imitarlo como maestro, de imitar a Jesús, o, mejor dicho: de dejar que ese Maestro viva en nosotros. Porque lo ideal sería que Jesús, ese Maestro, pudiera vivir en nosotros. Y en el fondo piensen ¿a qué venimos a la Eucaristía? Comenzamos el Congreso con una Eucaristía, ¿solo porque toca hacerlo? No. Venimos a la Eucaristía para recibir al Señor, para que habite en nosotros. Eso es una responsabilidad. Si Él vive en nuestras personas, nuestro comportamiento de educadores tratará de ser como el suyo y será ejemplar. Si le introducimos como educador en nuestros centros de estudios, habremos cumplido nuestra tarea.
Jesús nos va a enseñar a vivir no según el “hombre viejo”, como dice san Pablo, según nuestras pasiones, sino según el “hombre nuevo”, que es Cristo mismo. Jesús nos va a enseñar a amar de manera sobrenatural en las cosas naturales. Miren, no hay nada más natural en este mundo que un aula en una escuela, nada más natural. Y no hay nada más sobrenatural que amar porque Jesús te dice: “lo que le hagas al más pequeño de estos, a mí me lo has hecho” (cf. Mt. 25,40). Amar de manera sobrenatural en las cosas naturales. Jesús nos va a enseñar a vivir “fuera de uno mismo”, fuera del propio egoísmo, superando, incluso, eventuales obstáculos, mirando a la cruz, y amando en esa cruz a quien en ella nos ha enseñado que la medida del amor es amar sin medida. Y nos enseña a no vivir para nosotros mismos, sino a vivir para los demás, como dice san Pablo, “haciéndonos todo a todos, para ganar a toda costa a alguno” (cf.1Co. 9,19-22). “Hacerse todo a todos” para conquistarlos a la Vida, al Amor, a Cristo. Y estas son todas expresiones que nos indican como Jesús puede vivir en nosotros. Ese Jesús que está presente en nuestras almas por la gracia, pero lo puede estar más plenamente por nuestra correspondencia a esa gracia de Dios.
Sí, si vivimos de esa manera, Jesús estará en nosotros y Jesús es el Único Maestro”, el Verdadero Maestro.
Pues bien, que santa María, la primera discípula, la mamá que educó a Jesús con su propia vida, con su propio ejemplo, que Ella sea la Madre que nos guía, que nos acompaña, que nos enseña a abrir nuestra vida a Dios y a hacer lo que Él nos pide, como en las bodas en Caná: “Hagan lo que Él les diga” (cf.Jn.1, 5). Como ella vivió: “Hágase en mí según Tu palabra” (cf. Lc.1, 38).
Pues bien, para poder ser verdadero educador, un educador cristiano tiene que dejarse educar cada día por el Señor y para eso, si me permiten un consejo desde la experiencia personal, nada mejor que vivir preguntándose: Señor, ¿qué es lo que TÚ quieres que yo haga? ¿Qué es lo que TÚ quieres que yo haga?
Si vivimos así, seremos educadores extraordinarios, como copias de ese Único Maestro, que es el único que da sentido a esta tarea apasionante de educar y de educar también en la fe y dando un contenido a la vida de fe que se enseña no solo en la clase de religión, sino hasta cuando uno tiene que explicar algo.
Pues bien, feliz Congreso. Disculpen si me he alargado, pues no siempre al Nuncio Apostólico se le llama para una Misa, hay que aguantarlo luego ¿no? Feliz Congreso y participaré algún momento con ustedes.
(Texto transcrito del audio de la homilía, que conserva su estilo oral)