Una historia única en verdad
Como si fuese susurrada por alguna entidad divina, Gabriel García Márquez acogería aquella frase legendaria: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, como un regalo del Cielo, un día mientras conducía hacia la playa junto a su familia y el abrupto advenimiento por poco le provoca un accidente en el congestionado tránsito (cuenta el ganador del Nobel en una entrevista). Lo cierto es, que como sabemos, aquella anunciación se consagraría como el principio de una de las obras maestras de la Literatura en castellano, que más tarde daría un repunte mundial, arrastrando consigo a una serie de autores de una generación que marcaría con tinta indeleble el prestigio del denominado Boom Latinoamericano: la novela «Cien años de soledad», cuyo escritor, que ya se destacaba como periodista, comenzaba a ser considerado por doctos y eruditos como el precursor de una nueva corriente narrativa. Entonces el universo de las letras daba la bienvenida con los brazos abiertos al nacimiento del renombrado realismo mágico.

La susodicha historia cuenta el origen, evolución, desarrollo y decadencia de un pueblo ficticio de Suramérica denominado Macondo y las peripecias de sus patriarcas José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán junto a  su prolífica y agitada descendencia que se extendió a seis generaciones, los cuales iban dejando allí su legado particular a través de las épocas según se sucedían unos a otros, con la singular curiosidad de que muchos miembros de la prole se hacían bautizar con el mismo nombre.  Los hechos: 
La obra maestra, concebida en más de una década de cavilaciones (según confiesa el autor), está narrada en tercera persona omnisciente, mostrando una agilidad en el desarrollo de los acontecimientos, cuyos diálogos sólo intervienen en momentos precisos para revelar asuntos vitales distintivos de cada personaje, los cuales están recreados magistralmente, cada uno con sus personalidades, propósitos y ambiciones particulares, trastocados por un singular ingenio de atisbos hereditarios. El manejo del hilo argumental es otra de las osadas genialidades que muestra la pieza escritural, ya que remonta simultáneamente el presente, pasado y futuro sin miramientos (influenciando irremisiblemente a las posteriores técnicas vanguardistas en el arte de narrar), además de converger distintos personajes con los mismos nombres en distintos pasajes y ,en donde lo real y lo fantástico abren paso a posibilidades insospechadas, convirtiendo así a Cien años de soledad en una historia incomparable, única en verdad.

Tal como anhelaba el autor, (“Quiero escribir una historia donde suceda todo”, expresó una vez) la novela explora una gama infinita de temas que trastocan las fibras más sensibles del ser humano, pero sobre todo, aquellas derivadas del más preciado sentimiento: el amor, en todas sus facetas, imprimiendo huellas que mueven a la reflexión en cuanto a la calidad de la familia. Mientras se avanza en la lectura, se experimenta un sabor a nostalgia, que con cada muerte y paso de una generación a otra, nos embriaga la falta de lo que antes era y ya no es, transportándonos a lugares impensables de la memoria para luchar con la soledad del ocaso y el peso del olvido.

Desbordan en las descripciones los paisajes, ambientes, costumbres, tradiciones, supersticiones, música, comida, modos de hablar, indumentaria y demás rasgos antropológicos que evocan en la forma más pura y diáfana la idiosincrasia hispanoamericana, exaltada claramente a lo largo de todo el relato, rindiendo homenaje a la riqueza de la cultura del subcontinente. Sus páginas, prodigan un vocabulario de una exquisitez impecable, abundante en metáforas admirables, inciertos epítetos y un amplio repertorio de figuras de un lujo literario que otorgan el mérito a Cien años de soledad, de ser un tesoro invaluable e imperecedero de la lengua española escrita de todos los tiempos. 
Le doy un 10 de 10.
H.G.