¿Eliminar los exámenes de la evaluación?
Nuestro sistema educativo está cambiando. Nos encontramos en un momento histórico en donde el Gobierno, a partir de la implementación del 4% del PIB a la educación exigido por la sociedad civil, está inmerso en un proceso de reforma denominado “Revolución Educativa”, por medio de una Nueva Actualización Curricular y demás políticas públicas en relación a la materia, que renovarán radicalmente el magisterio dominicano. Desde la polémica promoción automática para los estudiantes del 1er. y 2do. grados de la Educación Básica, la implementación de la Jornada Extendida, la planificación por situación de aprendizaje e indicadores de logros hasta la reconfiguración de los niveles y ciclos educativos, el Estado pretende transformar el Sistema Educativo en uno que vaya acorde con las exigencias del siglo 21. Lo cierto es que a casi ocho años de este recorrido, la República Dominicana aún se sitúa al fondo de la escala de rendimiento escolar según el estándar internacional establecido por el informe PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, por sus siglas en inglés).

Estas modificaciones curriculares se han venido incorporando gradualmente año tras año al sistema educativo para que el magisterio las vaya ejecutando paulatinamente. Varios sectores argumentan que estas reformas son trasladadas desde otras latitudes y que no se adaptan ni responden fielmente a las necesidades del contexto sociocultural dominicano. No obstante, cuentan con el beneplácito del Consejo Nacional de Educación (CNE) y de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP). Y es, que de cara al período escolar que recién inicia, está en el centro de la crítica otro de los lineamientos que traza este nuevo currículo y que atañe significativamente a un importante elemento del proceso de enseñanza-aprendizaje: el de la evaluación.

Durante las últimas jornadas de capacitación que se imparten a los maestros del sector público, se ha colocado insistentemente el tema de la evaluación, como parte de esta agenda que procura repensar las estrategias pedagógicas de valoración de los aprendizajes, derogando lo establecido en la Ordenanza 1’99 sobre la evaluación curricular. Se refieren, específicamente, a lo que llaman, casi en forma despectiva, “pruebas de papel y lápiz”. Es más, el Plan Decenal 2020-2030, que guiará el renovado Currículo Dominicano, plantea que eliminará definitivamente las pruebas cuatrimestrales o de fin de período, incluyendo las famosas Pruebas Nacionales.

Las autoridades educativas que promueven la propuesta, arguyen que los docentes confunden examen con evaluación, calificando a un estudiante sólo por los resultados obtenidos en una prueba, que los exámenes escritos u orales estimulan el aprendizaje memorístico, someterse a ellos fomenta el estrés entorpeciendo los procesos cognitivos que influyen en el fracaso escolar, además favorecen el fraude académico y que, a fin de cuentas, contradicen el diseño curricular basado en las teorías del Constructivismo y el aprendizaje por competencias, por tanto, constituyen un vestigio de los sistemas tradicionales de enseñanza que la escuela debe erradicar de sus prácticas pedagógicas actuales.

Académicos como Ladislao Salmerón de la Universidad de Valencia, España, sostienen que “los exámenes, hasta el momento, no se habían planteado seriamente como estrategia de aprendizaje. No en vano, los modelos tradicionales de la memoria humana consideran que los procesos de codificación son los máximos responsables del registro de información en la memoria. Los procesos de recuperación, que se activan durante la realización de un examen, no deberían afectar a la información recuperada. Investigaciones recientes aportan nueva evidencia de cómo funciona nuestra memoria: realizar un examen sobre algo aprendido mejora nuestro aprendizaje de ese tema”.

Por su parte, en la investigación acerca de las pruebas escolares titulada «Memoria y Cognición» (Butler y Roediger, 2008), se asegura que “aunque en el contexto escolar, el examen se ha considerado tradicionalmente como una medida neutra de evaluación del nivel de conocimiento de los estudiantes, los estudios sobre el efecto de las pruebas sugieren que además los exámenes pueden utilizarse como una estrategia de aprendizaje más efectiva aún que el mero reestudio de la información o la elaboración de mapas conceptuales”.

Además, el investigador y pedagogo mexicano Ángel Díaz Barriga en su artículo, «Una polémica en relación al examen», publicado por la Revista Iberoamericana de Educación, añade que “los usos educativos de los exámenes son un instrumento científico, válido y objetivo que puede determinar una infinidad de factores psicológicos de un individuo. Entre ellos se encuentran la inteligencia, las aptitudes e intereses y el aprendizaje”, y remata diciendo que “la pedagogía, al preocuparse técnicamente por los exámenes y la calificación, ha caído en una trampa que le ha impedido percibir y estudiar los grandes problemas de la educación”.

Si bien es cierto que los exámenes no son el único método de evaluación, tampoco es cierto que omitirlo de la práctica educativa sea lo más conveniente para el proceso de enseñanza-aprendizaje. Quizá simplemente haya que enfocar las pruebas desde otra perspectiva metodológica, tanto en su elaboración para la efectiva apropiación de los conocimientos como en la justa aplicación para un mejor rendimiento académico. Los exámenes son una herramienta más de la cual los docentes disponen para estimular al estudio y verificar los aprendizajes. Se incorporan al diseño de la estructura evaluativa y dependiendo de su calidad y pertinencia, promueven la adquisición eficaz de los contenidos curriculares por parte de los alumnos. Eliminar las pruebas escritas sería un obstáculo que limitaría la acción educativa y le restaría especificidad a los criterios de investigación docente para comprobar el nivel de competencias alcanzado por los estudiantes. El nuevo plan curricular debe dotar al magisterio de herramientas oportunas, incluidos los exámenes y demás técnicas de evaluación, que garanticen la eficacia del proceso de enseñanza de nuestros estudiantes. Si las pruebas desde siempre han formado parte primordial de los proyectos de investigación y del método científico, ¿por qué privar a la evaluación escolar de esta pieza fundamental para el logro y certificación de los objetivos de nuestro sistema educativo? Es momento de repensar más profundamente la tarea educativa y enriquecer las estrategias pedagógicas incorporando, claro está, nuevos métodos de enseñanza y actividades didácticas (pero sin ignorar aquellas que ofrecen resultados positivos), para así fortalecer nuestro sistema educativo en beneficio de nuestros niños y jóvenes en aras de un país más próspero y competente. No debe ser decisión de unos pocos. Es una labor en la que toda la comunidad educativa merece ser escuchada y tomada en cuenta.

H.G.