«LA CASA EMBRUJADA» (CAPÍTULO 1)


«¡Mario, ya es hora!»

Sin saber cómo, ya estaba adentro. Caminaba a pasos forzados abriéndose camino por una extraña niebla brillante que se arrastraba por el suelo y le cubría los tobillos. Era como caminar en contra de una corriente de agua. Aquella inusual bruma fantasmal parecía tener vida propia. Estaba asustado, histérico. La amplia sala en la cual se encontraba estaba envuelta en penumbras, lo que le daba un aspecto fantasmagórico a la estancia. Miraba todo a su alrededor y determinó que la casa había estado desocupada por un largo tiempo. Los muebles, comedor y sillas estaban tapados con sábanas blancas; y otros objetos más pequeños, cubiertos de polvo y asquerosas telarañas, al igual que cada rincón del cuarto. Buscaba desesperadamente la puerta principal que daba afuera, pero allí no había puertas. Separaba cortinas de un blanco traslúcido y parecía entrar al mismo cuarto del cual acababa de salir. Cuando de pronto, desde otra habitación, escuchó la voz lejana de una mujer que lo llamó por su nombre:

«¡Mario, ya es hora!»

De inmediato, el ruido de un objeto metálico y filoso que parecía rozar por las paredes y el suelo lo invadió de horror.

«¡Mario, ya es hora!»

Buscaba desesperadamente la procedencia de la fémina voz, que conocía y representaba la única esperanza de salir de aquel lugar. Los chasquidos se oían más y más cerca y le molestaban en los dientes. Quiso correr, pero parecía que unas manos invisibles que se ocultaban debajo de la neblina le estuvieran agarrando los pies.

«¡Mario, ya es hora!»

Quiso clamar auxilio a la persona que lo llamaba con impaciencia, pero sin explicación alguna, notó que estaba totalmente enmudecido, en lo que unos pasos acompañados de los chasquidos metalizados se acercaban por detrás. Miró con fobia extrema hacia atrás y pudo observar a través de las últimas cortinas que acababa de atravesar, la figura de una persona que parecía conocer y dirigirse hacia él sin ninguna dificultad, sosteniendo un instrumento filoso de hoja ancha y alargada que identificó como un machete, y que despedía chispas anaranjadas mientras era rozado en la pared por su amenazante portador. Era obvio que no era quien lo llamaba. Apretó fuertemente los ojos para no mirar a su victimario cuando lo capturara. Ya no había escapatoria. Pasó un estrecho lapso de tiempo. El misterioso personaje ya debía haberlo herido de muerte con su arma cortante, pero no. Estaba allí, parado y sereno detrás de él. Parecía esperar a que su presa hiciera algo.

Luego, sin voltear y aterrorizado, Mario despegó lentamente los párpados. No tenía ninguna duda de haber reconocido la identidad de aquel individuo que reflejaba su sombra sobre la niebla levantando su arma para descuartizarlo. Mario pegó los ojos nuevamente tan fuerte como pudo y… unas manos le sujetaron fuertemente por los hombros:

¡Mario, ya es hora! reconoció el rostro de su madre que lo llamaba con impaciencia mientras lo sacudía sobre la cama. Despierta, que se te hace tarde para ir a la escuela.

Ya desperté, mami dijo perezoso, desarropándose. Ya estaba más calmado y aliviado de haber despertado de aquella terrible pesadilla. Quizá sean anuncios de eventos futuros.

Se fue a lavar los dientes y notó que había poca agua en el grifo del lavabo.



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Obras de Hipólito García