Impasto

1er. Premio
Concurso Municipal de Cuentos
Jarabacoa 2011
Categoría 15 a 24 años
Helo aquí, en los puertos de Patras, en donde la fresca brisa de verano que proviene del mar mediterráneo hace cobrar vida a las velas de los barcos y los rayos del amanecer hacen brillar a las aguas como si estuvieran hechas de joyas preciosas. Desde allí el joven muchacho podía ver a los barcos que partían, algunos iban con destino a Pissaetos, otros a Sami, y algunos salían del territorio griego y se adentraban al italiano, iban a Bari, a Venecia e incluso a Ancona.

Él se quedaba mirando a los barcos griegos mientras se alejaban, hasta el momento en que parecían ser tragados por las olas en el horizonte.

―¿El mar es muy interesante en verdad, no cree? ―El joven se dio vuelta y vio a un anciano mirando hacia el mar.

―¿Perdón? ¿Me está hablando a mí?

―Sí, precisamente a usted me dirigía. Le preguntaba que si le parece interesante el mar ―Respondió el anciano.

―Sí, creo que sí ―dijo el muchacho titubeando. Era un señor muy peculiar, se veía robusto y fuerte, las arrugas de su rostro estaban muy poco marcadas, lo cual le hacía ver más joven de lo que es, era barbudo y tenía la nariz algo rojiza, llevaba puesto unos anteojos y un viejo sombrero normalmente usado por pescadores pero él no parecía ser uno.

―¿Acaso le conozco de alguna parte? Usted me resulta muy familiar ―dijo el muchacho.

―De que nos hemos visto es seguro.

―¿Sí? ¿Dónde?

―Es entretenido ver trabajar a los pescadores.

―Perdone, pero no ha contestado a mi pregunta.

―Tratan de encontrar un sitio adecuado para dejar caer sus redes y tienen la esperanza de tener una buena pesca. Tienen una gran pasión por su oficio.

El muchacho decidió abandonar su pregunta pues se imaginaba que el señor no la respondería.

―¿Acaso es usted un pescador? ―preguntó el joven.

―No lo sé. Todavía no tengo una profesión que me defina porque no he sido terminado aún ―respondió el señor.

―¿Qué quiere decir con que “todavía no está terminado”?

―Es eso, simplemente no estoy terminado. Para ti no tiene sentido ahora, pero lo entenderás todo en un futuro ―el muchacho se quedó sin entender y ambos siguieron mirando hacia el mar.

―Sus pinturas me parecen muy impresionantes ―continuó diciendo el anciano.

El joven sorprendido se dio vuelta.

―¿Cómo sabe que tengo pinturas? Todas mis obras son personales y nunca las he mostrado en público.

―¿Por qué no ha pintado nada últimamente?

―No tengo tiempo para esas cosas, debo concentrarme más en mi trabajo.

―¿Por qué no dedicarse al arte como profesión?

―Eso no es un trabajo, sólo es una pérdida de tiempo. Hace años que no pinto nada e incluso tengo muchas pinturas sin terminar.

―¿Es eso lo que cree? ¿O es lo que los demás le han dicho de cómo debe vivir su vida?

Al oír esto el muchacho se quedó callado, no supo como idear una respuesta a esta pregunta. Solo se sentó en un banco que tenía cerca y se quedó mirando al suelo.

―Nunca debes perder eso que te apasiona ―dijo el anciano mientras se retiraba.

El joven se levantó rápidamente.

―¡Espere! Dígame cuál es su nombre.

―Como ya te he dicho, no estoy terminado aun. Pero tú eres capaz de terminar lo que empiezas y también tienes las fuerzas para tomar una decisión y elegir el camino que correcto en tu vida.

El viejo se fue y el joven se quedo pensado en la conversación que había tenido con él. Había muchas cosas en su vida de las que tenía que reflexionar un poco.

Pasaron algunas horas, comenzaba a hacerse tarde y comenzó a caminar por el puerto. Tenía muchas cosas en su mente, tantas cosas sobre las que tenía que pensar. Mientras caminaba escucho un ladrido, se dio vuelta repentinamente y llego a ver a un perro blanco que se lanzo sobre el tirándolo al suelo, el perro no parecía ser agresivo, sino que parecía reconocerlo y de que le quería demostrar cariño al joven.

―¡No! ¡Déjalo tranquilo! ―grito una señorita que llegaba corriendo, el perro se le quito de encima y se paro al lado de ella.

―¿Estás bien? ―Preguntó ella.

―Sí, estoy bien, gracias ―dijo él mientras se ponía de pie.

―Lo siento mucho.

―No hay problema.

La joven era muy hermosa, alta, tenía la piel blanca y la cara fina, pero su rostro estaba muy pálido, tenía los ojos verdes, labios rojos y carnosos, cabello negro y lacio y piernas largas capaces de hipnotizar a cualquier hombre. Pero había algo extraño en ella, al mirar esos ojos, podía ver un vacio dentro de ella, le faltaba ese brillo que hace a una persona verse viva.

―¿Acaso quieres decirme algo? ―preguntó ella.

―¿Perdón?

―Me estabas mirando fijamente desde hace un rato y pensé que querías decirme algo.

―No, no es nada ―dijo el muchacho bajando la cabeza, avergonzado.
Ya era algo tarde y el sol poniente comenzó a pintar los cielos de fuego. Las hermosas luces del atardecer eran lo único que daba color al rostro pálido de la joven y hacían brillar sus ojos claros y apagados, llenándolos de vida.

―¿Vienes aquí muy seguido? Creo haberte visto antes.

―No, es la primera vez que vengo aquí. Pero si nos hemos visto antes.

―¿Sí? ¿Cómo te llamas?

―¡Qué bello es el atardecer! Como artista, debes encontrar belleza en todos los lugares y en todas las cosas. ¿Eres un artista cierto?

―No, no lo soy.

―¿Ya has abandonado lo que amas tan fácil? Bueno, la verdad seguro tienes razón, el arte no es más que una pérdida de tiempo, nada más. Y qué importa, nunca fuiste bueno en verdad de todas formas, así que no te estás perdiendo de nada.

―¡Eso no es cierto! Es algo para lo que tengo talento, no es una pérdida de tiempo, es algo en lo que vale la pena gastar todo el tiempo del mundo, es lo que amo y lo que me apasiona.

―Entonces, si sabes que esa es tu pasión… ¿por qué la has negado por tanto tiempo? ¿Por qué no te has esforzado para proteger lo que amas?

―¿Quién eres tú?

―Yo soy de los que no han sido terminados, y sólo hemos venido para ayudarte.

La señorita se marchó y el joven se quedó solo, presenciando el atardecer hasta el momento en que la noche cayó y cubrió al sol. La luz de la luna era lo único que brillaba sobre el muchacho mientras se preguntaba así mismo sobre lo que le había pasado ese día. Se preguntaba sobre el anciano, que le ayudó a dejar a un lado su arrogancia, y también pensaba en la joven que le enseñó a ser honesto consigo mismo.

Comenzaron a regresar los barcos que habían zarpado a Italia en la mañana, y los barcos pesqueros que habían llegado con una buena pesca, tal como ellos habían deseado. Al mismo tiempo que iban llegando los barcos, el joven se iba alejando del puerto. Se fue adentrando en la ciudad, caminando sin rumbo alguno. Todo en la ciudad era silencioso, pero dentro de su mente había un gran escándalo, tenía cosas que quería decir, preguntas que no habían sido respondidas, y un dilema que no podía resolver. A mitad de su camino vio la figura de alguien en las sombras, se detuvo y trato de enfocar su vista pero aun así no podía ver quién era.

―¿Quién anda ahí? ¡Muéstrese! ―grito el joven.

Acabado de decir esto, la figura empezó a caminar en dirección al joven y se quedó parada bajo la luz de un farol que había en medio de los dos. Al iluminarse, el muchacho se dio cuenta de que era solamente un niño que estaba solo.

―¿Sabes quién soy? ―le preguntó el niño.

El joven lo miro detenidamente, de pronto el rostro del muchacho se puso pálido y la expresión de su cara se llenó de miedo.

―Sí, se exactamente quién eres ―dijo con voz temblorosa.

―Entonces no temas. ¿Estás entendiendo lo qué pasa?

―Ya entiendo todo ―dijo el joven con un tono de voz más calmado.

―Sabes que sólo hemos venido con la intención de ayudarte y de guiarte hacia el camino correcto.

―Comprendo eso.

―Si es la decisión que has tomado, ve, haz lo que amas y nunca permitas que nadie te quite tu pasión ni que te diga cómo es que debes de vivir tu vida.

―Eso es lo que haré. ¡Muchas gracias!

El niño sonrió y desapareció en medio de las sombras. El joven respiró hondo y comenzó a correr hacia su casa. En el camino pensó en esas tres personas que habían cambiado su vida en ese día, y se dio cuenta de quienes eran en verdad y donde las había visto antes. Llego hasta la puerta de su hogar, rápidamente saco las llaves de su bolsillo, entró y se dirigió a una pequeña habitación donde solía pasar todo su tiempo libre pintando, en una esquina estaban apilados todos esos cuadros que había dejado sin terminar. Hurgó entre ellos y sacó tres cuadros de los que habían ahí y los recostó contra la pared. Uno era la pintura de un anciano con sombrero de pescador que estaba parado en el puerto, otro era el de una hermosa señorita que estaba acompañada de un perro ovejero blanco, y el ultimo era un autorretrato del joven que había hecho hace años a partir de una foto suya cuando era solo un niño.

El joven, o mejor dicho, el artista, por la decisión que había tomado, recogió las tres pinturas que había sacado y todas las otras obras y las fue terminando una por una, convirtiéndolas en obras de arte llenas de vida.

Brandon Contreras
(Dominicano)


Volver a Antología Cuentística