Lumbreras
“El
amor es aquello que nos hace humanos;
la magia que envuelve los corazones.”
Hace mucho tiempo, cuando el Universo aún no se había
organizado y Dios estaba disponiéndolo todo, el Sol, una masa enorme y
caliente, estaba sentado junto a otros cuerpos celestes en la sala de espera.
―Muy pronto, haré mi espectáculo estelar y saldré ―decía aquella materia tan enorme, sentada al lado de
una galaxia y al lado de una compañera peculiar.
Ella, en comparación con el Sol, era súper pequeña y
llena de cráteres, pero se le notaba una calma y paz que colmó al Sol de
curiosidad.
―Oye, tú, ¿cómo te llamas? ―Le preguntó a su acompañante.
―Soy Luna ―respondió mirando al Sol―. ¿Y quién es
usted? ―Decía con una sonrisa que la hizo brillar hermosamente
y los demás miembros de la sala quedaron sorprendidos con el color tan sublime
que irradiaba.
―Soy el Sol ―respondió para después sonrojarse y callar.
· · ·
Pasó el día primero y aún los cuerpos celestes andaban
en la sala de espera. La Luna al lado del Sol, Neptuno hablando con Mercurio, y
la Osa Mayor cuidando a la Osa Menor. Se rumoraba que el día anterior, Dios había
creado el Día y la Noche, y se esperaba que en lo adelante formaría el Firmamento,
que separaría el Cielo de las Aguas.
―Oye, Luna ―se inclina el Sol un poco para despertarla; la verdad sólo
quería verla brillar un poco más―, ¿serás la compañera de alguien? ―Preguntó nervioso finalmente.
―Seré compañera de la Tierra, es mi mejor amiga ―contestó
radiante―. Y usted, ¿tendrá algún
compañero?
―Creo que no ―dijo
con un tono triste― , todos huyen de mí porque soy muy caliente, y existo
sólo para alumbrar; además de que mi gran tamaño los intimida―
y volvió a sonrojarse.
―A mí me gusta como brillas ―dijo la Luna tomando su mano y sonriendo―; eres muy fuerte, no hay razón para tenerte miedo.
El Sol, al escuchar semejante declaración, suspiró
aliviado.
―Oye, Luna ―le preguntó ahora casi
cobrizo―, ¿qué te gusta
hacer?
―Adoro bailar al lado de la Tierra ―declaró
entusiasmada―, ella mientras
da vueltas yo le rodeo con mi dulce melodía ―dijo algo parduzca.
―¿Podríamos ser compañeros?
―Estaba esperando que dijeras eso ―sonrió luego de besarle en la mejilla―; me encantaría ser tu amiga, Sol.
Ese día, la Luna y el Sol, en lo que Dios disponía de
las Aguas, salieron a pasear, a conversar, a tomarse un café… Se conocieron y
creo que entre ellos surgió el amor; los detalles no me los recuerdo muy bien,
pero puedo dar testimonio que el Sol brillaba con la potencia de todo su
esplendor mientras la Luna que andaba a su lado, con una melodía muda bailando
a su alrededor. Y luego de aquel paseo, regresaron a la sala de espera. Mañana
sería su último día juntos. En aquel lugar reinaba un silencio tenso. Entonces,
como un adiós, el Sol se inclinó sobre la Luna y le besó la frente con ternura.
―Me gustaría estar siempre contigo, Luna ―al
fin logró articular―, espero que
al menos quedemos en la misma galaxia y pueda verte cada cierto tiempo.
―Mi Sol ―dijo abatida―, te extrañaré, sabes que sí.
En lo que ellos dos se despedían, el Señor Creador,
con una larga túnica de un blanco purísimo al igual que su barba, se les acercó
y les tomó de la mano.
―Luna, Sol ―dijo el Señor―, puedo ponerlos en la misma galaxia. Pero hay un precio
que pagar en caso de que acepten.
La Luna y el Sol asintieron mientras el Señor les
explicó que para estar en la misma galaxia la Luna y el Sol tendrían que
alejarse poco a poco, porque así fue como pudo disponer de ellos.
―¿Al menos lo podré ver mientras brilla en el día? ―Preguntó la Luna, a punto de llorar y siendo consolada
por el Sol.
―Claro que sí, Luna, lo podrás ver mientras brilla en
el día ―respondió―. Ahora, les dejo. Mañana cuando disponga de ustedes
me dicen qué decidieron― el Señor se aleja por el pasillo brillando con su
presencia.
―Luna, si al menos podemos estar juntos, en la misma
Galaxia, podrás estar a miles de millones de kilómetros y aun así podré verte
danzar, lo cual me basta. Cada vez que te alejes más brillaré para ti ―le dijo el Sol tomándole ambas manos.
―Sol, al menos podré verte brillar ―ella
le sonrió delicadamente―;
sé que mientras brilles estarás bien; ¡danzaré siempre para ti, mi Sol!
Era el día tercero, la Luna y el Sol se presentaron
frente al Creador tomados de la mano y sonriendo; aceptando aquel contrato. Las
explicaciones a partir de ese momento son curiosas. Hay veces en que la Luna,
sale de día y ve al Sol, y él, respetando la promesa hecha hace muchos años, alumbra
un poco más para verla brillar claramente.
Natalia Rodríguez
(Dominicana)