1. Motívate.
Para motivarte en
cualquier cosa que emprendas, debes ver su valor práctico. ¿Qué valor práctico
tienen los estudios? Son un medio para adquirir inteligencia, la inteligencia
es una protección. ¿En qué sentido? Ilustrémoslo con un ejemplo: imagínate que
vas caminando por un vecindario peligroso. ¿Qué preferirías: estar solo o estar
con un grupo de amigos que te ayudaran si fuera necesario? Pues bien, si
recibes una buena educación, estarás acompañado en todo momento de “amigos”
fuertes. Entre ellos figuran:
· La capacidad de razonar. La educación te permite desarrollar lo que se llama
“sentido común”. Con esta facultad podrás resolver tus propios problemas en vez
de esperar siempre que los demás te saquen de apuros.
· Las habilidades sociales. Al relacionarte con tanta variedad de personas en la
escuela, tienes una amplia oportunidad de dominar habilidades como la paciencia
y el autocontrol, además de la tolerancia, el respeto y la empatía. Todas ellas
te serán de gran utilidad en tu vida social de adulto.
· Una preparación práctica. La escuela te enseña el valor de una sólida ética de
trabajo, la cual te ayudará a encontrar un empleo y a conservarlo. Además, la
escuela desarrolla tu capacidad para analizar mejor el mundo que te rodea, la
clase de persona que eres y lo que crees. Sólo con convicciones firmes podrás
defender tus puntos de vista, siempre con respeto.
Conclusión: puesto que necesitas recibir una educación, ¿qué
sentido tiene que le des vueltas y más vueltas a las cosas que te desagradan de
la escuela? Es mejor que te motives pensando en los beneficios antes
mencionados. Quizás hasta se te ocurran otros más. ¿Por qué no comienzas desde
ahora? Piensa en cuál es tu motivación principal para estudiar.